lundi, mars 20, 2017
De Pierre Levy, LTI p.212
En una escala microscópica habría tantas posibilidades de explicar el resultado de una curva obtenida con un instrumento de medición de acuerdo a condiciones de contexto o históricas, que las que tendríamos para explicar un texto chino o una pintura sagrada. Por otra parte, a una escala macroscópica, la historia de las ciencias y las técnicas, está toda hecha de interpretaciones y reinterpretaciones de todos los órdenes (como lo ha bien demostrado Elements d' historie des Sciences, Michel Serres).
La técnica aún la más moderna está hecha de bricollages, pegamentos, fragmentos, reemplazos y vueltas. La tecnología no se puede utilizar sin interpretaciones y metamorfosis. El ser mismo de una proposición, de una imagen, de un dispositivo material no se determina, es decir no existe, que por las por las utilizaciones que de él se hagan es decir por la interpretación de los datos que se agrupan para explicarlo y las turbulentas operaciones de la historia de las técnicas, no cesan de reinterpretar y de dar vuelta todo aquello de lo cual se han valido, para finalidades diversas y de resultados imprevisibles que pasan sin cesar de un registro a otro.
Está movilidad es aún mucho más evidente con las tecnologías contemporáneas, que con aquellas de las sociedades de evolución lenta, aunque cualquiera, hasta el menor objeto técnico que se haya arrancado de su dominio natural o de su uso precedente, para ser reinterpretado, es decir dedicado a otro contexto, tendrá la misma significación. Ninguna técnica, ni tecnología, tiene significación intrínseca o se puede considerar "estable", sino solamente por el sentido que le dan sucesiva y simultáneamente múltiples coaliciones sociales. Puede haber una esencia de la técnica, pero ésta se confundiría con una capacidad superior de captar, de dar vueltas, de reinterpretar, que es lo que está en él núcleo mismoo de la antropogénesis (y que la haría así indiferenciable de cualquier otra producción humana).
No son pues la objetivación, la conexión mecánica entre la causa y el efecto, o el despliegue ciego de un "sistema técnico" pretendidamente inhumano, que califican mejor la técnica, si no más bien la proliferante actividad hermenéutica de innombrables colectivos sociales.
Isabel Stenges y Judith Schlanger, en el 92, mostraron que lejos de identificarse a la aplicación automática de una teoría científica, una Innovación técnica constituye una creación de significaciones. "Estas significaciones, dan cuenta, tanto de obligaciones: A) económicas (costo, precios, patentes, situación del mercado, inversiones, estrategia de desarrollo de la firma). como, B) sociales (calificaciones, relaciones sociales implicadas por la construcción de la solución de la innovación), tanto como C) políticas (accesibilidad a las materias primas, estado de la legislación a propósito de la contaminación eventual, monopolios de estado) o D) culturales (relaciones con el público).
Una Innovación técnica no existe sino en la medida que encuentra la manera de hacer coherentes tafí tinta obligaciones distinta gerentes y sólo podrá hacerlo si tiene éxito en tomar el sentido al mismo tiempo sobre el plan científico económico cultural y político cierre comillas ninguna de estas tomas de sentido está garantizada o desde antes ningún avancé técnico está determinado a priori antes de haber sido puesto a prueba por el colectivo heterogéneo de la red compleja en la cual ella deberá circular y que eventualmente tendrá éxito en reorganizar.
dimanche, juin 12, 2016
dimanche, avril 17, 2016
jeudi, novembre 05, 2015
jeudi, octobre 09, 2014
El hombre unidimensional. Marcuse. Prefacio.1967
He analizado en este libro algunas tendencias del capitalismo
americano que conducen a una «sociedad cerrada», cerrada porque disciplina e
integra todas las dimensiones de la existencia, privada o pública. Dos
resultados de esta sociedad son de particular importancia: la asimilación de
las fuerzas y de los intereses de oposición en un sistema al que se oponían en
las etapas anteriores del capitalismo, y la administración y la movilización
metódicas de los instintos humanos, lo que hace así socialmente manejables y
utilizables a elementos explosivos y «antisociales» del inconsciente. El poder
de lo negativo, ampliamente incontrolado en los estados anteriores de
desarrollo de la sociedad, es dominado y se convierte en un factor de cohesión
y de afirmación.
Los individuos y las clases reproducen la represión sufrida
mejor que en ninguna época anterior, pues el proceso de integración tiene
lugar, en lo esencial, sin un terror abierto: la democracia consolida la
dominación más firmemente que el absolutismo, y libertad administrada y
represión instintiva llegan a ser las fuentes renovadas sin cesar de la
productividad. Sobre semejante base la productividad se convierte en
destrucción, destrucción que el sistema practica «hacia el exterior», a escala
del planeta.
A la destrucción desmesurada del Vietnam, del hombre y de la
naturaleza, del habitat y de la nutrición, corresponden el despilfarro
lucrativo de las materias primas, de los materiales y fuerzas de trabajo, la
polución, igualmente lucrativa, de la atmósfera y del agua en la rica
metrópolis del capitalismo. La brutalidad del neo-socialismo tiene su
contrapartida en la brutalidad metropolitana: en la grosería en autopistas y
estadios, en la violencia de la palabra y la imagen, en la impudicia de la
política, que ha dejado muy atrás el lenguaje orwelliano, maltratando e incluso
asesinando impunemente a los que se defienden... El tópico sobre la «banalidad
del mal» se ha revelado como carente de sentido: el mal se muestra en la
desnudez de su monstruosidad como contradicción total a la esencia de la
palabra y de la acción humanas.
La sociedad cerrada sobre el interior se abre hacia el exterior
mediante la expansión económica, política y militar. Es más o menos una
cuestión semántica saber si esta expansión es del «imperialismo» o no. También
allí es la totalidad quien está en movimiento: en esta totalidad apenas es
posible ya la distinción conceptual entre los negocios y la política, el
beneficio y el prestigio, las necesidades y la publicidad. Se exporta un «modo
de vida» o éste se exporta a sí mismo en la dinámica de la totalidad. Con el
capital, los ordenadores y el saber-vivir, llegan los restantes «valores»:
relaciones libidinosas con la mercancía, con los artefactos motorizados
agresivos, con la estética falsa del supermercado.
Lo que es falso no es el materialismo de esta forma de vida, sino la
falta de libertad y la represión que encubre: reificación total en el
fetichismo total de la mercancía. Se hace tanto más difícil traspasar esta
forma de vida en cuanto que la satisfacción aumenta en función de la masa de
mercancías. La satisfacción instintiva en el sistema de la no-libertad ayuda al
sistema a perpetuarse. Ésta es la función social del nivel de vida creciente en
las formas racionalizadas e interiorizadas de la dominación.
La mejor satisfacción de las necesidades es ciertamente el contenido
y el fin de toda liberación, pero, al progresar hacia este fin, la misma
libertad debe llegar a ser una necesidad instintiva y, en cuanto tal, debe
mediatizar las demás necesidades, tanto las necesidades mediatizadas como las
necesidades inmediatas.
Es preciso suprimir el carácter ideológico y polvoriento de esta
reivindicación: la liberación comienza con la necesidad no sublimada, allí
donde es primero reprimida.
En este sentido, es libidinal: Eros en tanto que «instinto de vida»
(Freud), contra-fuerza primitiva opuesta a la energía instintiva agresiva y
destructiva y a su activación social. Es en el instinto de libertad no
sublimado donde se hunden las raíces de la exigencia de una libertad política y
social; exigencias de una forma de vida en la que incluso la agresión y la
destrucción sublimadas estuviesen al servicio del Eros, es decir, de la
construcción de un mundo pacificado. Siglos de represión instintiva han recubierto
este elemento político de Eros: la concentración de la energía erótica en la
sensualidad genital impide la trascendencia del Eros hacia otras «zonas» del
cuerpo y hacia su medio ambiente, impide su fuerza revolucionaria y creadora.
Allí donde hoy se despliega la libido como tal fuerza, tiene que servir al
proceso de producción agresivo y a sus consecuencias, integrándose en el valor
de cambio. En todas partes reina la agresión de la lucha por la existencia: a
escala individual, nacional, internacional, esta agresión determina el sistema
de las necesidades.
Por esta razón, es de una importancia que sobrepasa de lejos los
efectos inmediatos, que la oposición de la juventud contra la «sociedad
opulenta» reúna rebelión instintiva y rebelión política. La lucha contra el
sistema, que no es llevada por ningún movimiento de masas, que no es impulsada
por ninguna organización efectiva, que no es guiada por ninguna teoría
positiva, gana con este enlace una dimensión profunda que tal vez compensará un
día el carácter difuso y la debilidad numérica de esta oposición. Lo que se
busca aquí —su elaboración conceptual sólo está en el estadio de una lenta
gestación—, no es simplemente una sociedad fundada sobre otras relaciones de
producción (aunque semejante transformación de la base permanezca como una
condición necesaria de la liberación): se trata de una sociedad en la cual las
nuevas relaciones de producción, y la productividad desarrollada a partir de
las mismas, sean organizadas por los hombres cuyas necesidades y metas
instintivas sean la «negación determinada» de los que reinan en la sociedad
represiva; así, las necesidades no sublimadas, cualitativamente diferentes,
darán la base biológica sobre la cual podrán desarrollarse libremente las
necesidades sublimadas.
La diferencia cualitativa se manifestaría en la trascendencia
política de la energía erótica, y la forma social de esta trascendencia sería
la cooperación y la solidaridad en el establecimiento de un mundo natural y
social que, al destruir la dominación y la agresión represiva, se colocaría
bajo el principio de realidad de la paz; solamente con él puede la vida llegar
a ser su propio fin, es decir, llegar a ser felicidad. Este principio de
realidad liberaría también la base biológica de los valores estéticos, pues la
belleza, la serenidad, el descanso, la armonía, son necesidades orgánicas del
hombre cuya represión y administración mutilan el organismo y activan la
agresión. Los valores estéticos son igualmente, en tanto que receptividad de la
sensibilidad, negación determinada de los valores dominantes: negación del
heroísmo, de la fuerza provocadora, de la brutalidad de la productividad
acumuladora de trabajo, de la violación comercial de la naturaleza.
Las conquistas de la ciencia y de la técnica han hecho teórica y
socialmente posible la contención de las necesidades afirmativas, agresivas.
Contra esta posibilidad, ha sido el sistema en tanto que totalidad el que se ha
movilizado. En la oposición de la juventud, rebelión a un tiempo instintiva y
política, es aprehendida la posibilidad de la liberación; pero le falta, para
que se realice, poder material. Éste no pertenece tampoco a la clase obrera
que, en la sociedad opulenta, está ligada al sistema de las necesidades, pero
no a su negación1. Sus herederos históricos serían más bien los estratos que,
de manera creciente, ocupan posiciones de control en el proceso social de
producción y que pueden detenerlo con mayor facilidad: los sabios, los
técnicos, los especialistas, los ingenieros, etc. Pero no son más que herederos
muy potenciales y muy teóricos, puesto que al mismo tiempo son los
beneficiarios bien remunerados y satisfechos del sistema; la modificación de su
mentalidad y constituiría un milagro de discernimiento y lucidez.
¿Significa esta situación que el sistema del capitalismo en su
conjunto esté inmunizado contra todo cambio? Se me ha reprochado que niego la
existencia de las contradicciones internas a la estructura del capitalismo.
Creo que mi libro muestra con bastante claridad que estas contradicciones
todavía existen y que incluso son más fuertes, más llamativas que en los
estadios anteriores del desarrollo. Asimismo se han hecho totales. Su forma más
general, la contradicción entre el carácter social de las fuerzas productivas y
su organización particular, entre la riqueza social y su empleo destructivo,
determina a esta sociedad en todas sus dimensiones y en todos los aspectos de
su política. Ninguna contradicción social, empero, ni siquiera la más fuerte,
estalla «por sí misma»: la teoría debe poder mostrar y evaluar las fuerzas y
los factores objetivos. He intentado mostrar en mi libro que la neutralización
o la absorción de las fuerzas realizadoras —que se operan en los sectores
técnicamente más desarrollados del capitalismo—, no es solamente un fenómeno
superficial, sino que nace del mismo proceso de producción, sin modificar su
estructura fundamental capitalista. La sociedad existente logrará contener a
las fuerzas revolucionarias mientras consiga producir cada vez más «mantequilla
y cañones» y a burlar a la población con la ayuda de nuevas formas de control
total.
Esta política de represión global, de que depende la capacidad de
rendimiento del sistema, es puesta a prueba cada día más duramente. En todo
caso, la guerra en Vietnam ha tomado tales proporciones que pueden hacer de
ella un hito en la evolución del sistema capitalista. Por dos razones. Primera,
el exceso de brutalidad, de agresión, de mentira al que tiene que recurrir el
sistema para asegurar su estabilidad ha alcanzado tal medida que la positividad
de lo existente encuentra aquí su límite: el sistema en su conjunto se revela
ser este «crimen contra la humanidad» que está localizado particularmente en el
Vietnam. Segunda, la aparición del límite es visible asimismo en el hecho de
que, por vez primera en su historia, el sistema encuentra fuerzas resistentes
que no son «de su propia naturaleza»; estas fuerzas no le libran un combate
competitivo por la explotación en su propio terreno, sino que significan, en su
misma existencia, en sus necesidades vitales, la negación determinada del
sistema enfrentándose a él y combatiéndole en tanto que totalidad. Es aquí
donde reside la coincidencia de los factores objetivos y de los factores
subjetivos del cambio de sentido.
Y, como no hay ya para el sistema capitalista
un verdadero «exterior» —de forma que incluso el mundo comunista determinante y
contra-determinante se encuentra comprendido en la economía y la política
capitalistas—, la resistencia del F. N. L. es, en efecto, la contradicción
interna que estalla. El hecho de que los hombres más pobres de la tierra,
apenas armados, los más atrasados técnicamente, tengan en jaque —y esto durante
años— la máquina de destrucción más avanzada técnicamente, más eficaz, más
destructiva de todos los tiempos, se alza como un signo histórico-mundial,
incluso si estos hombres son finalmente derrotados, lo que es verosímil, puesto
que el sistema de represión de la «sociedad opulenta» sabe mejor que sus
críticos liberales lo que está en juego y está dispuesto a poner en acción
todas sus fuerzas. Estos «condenados de la tierra», las gentes más débiles
sobre las que gravita con todo su peso el sistema existen en todas partes; son
pueblos enteros, no tienen de hecho otra cosa que perder que su vida al
sublevarse contra el sistema dominante.
Sin embargo, solos no pueden liberarse; contra todo romanticismo, el
materialismo histórico debe insistir sobre el papel decisivo del poder
material. En la situación actual, ni la Unión Soviética, ni la China popular,
parecen desear o ser capaces de ejercer una contra-presión verdadera: no el
juego aterrador con la «solución final» de la guerra atómica, sino, en el caso
de la Unión Soviética, aquella presión política y diplomática que pudiera al
menos frenar la agresión que se reproduce a escala ampliada. Esta
contra-política serviría también para activar la oposición en la Europa
occidental. Hay un verdadero movimiento obrero, en Francia y en Italia, que
podría aún ser movilizado porque no está todavía integrado en el sistema, encuadrado.
Mientras esto no tiene lugar, la oposición en los Estados Unidos, con todas sus
debilidades y su falta de orientación teórica, permanece, tal vez, como el
único puente precario entre el presente y su posible futuro. La probabilidad
del futuro depende de que se detenga la expansión productiva y lucrativa
(política, económica, militarmente); a continuación, podrían estallar las
contradicciones todavía neutralizadas en el proceso de producción del
capitalismo: en particular, la contradicción entre la necesidad económica de
una automatización progresiva que implica el paro tecnológico, y la necesidad
capitalista del despilfarro y de la destrucción sistemáticos de las fuerzas
parasitarias, que implica el crecimiento del trabajo parasitario.
La expansión que salva al sistema, o al menos lo fortalece, no puede
ser detenida más que por medio de un contra-movimiento internacional y global.
Por todas partes se manifiesta la interpretación global: la solidaridad
permanece como el factor decisivo, también aquí Marx tiene razón. Y es esta
solidaridad la que ha sido quebrada por la productividad integradora del
capitalismo y por el poder absoluto de su máquina de propaganda, de publicidad
y de administración. Es preciso despertar y organizar la solidaridad en tanto que
necesidad biológica de mantenerse unidos contra la brutalidad y la explotación
inhumanas. Esta es la tarea. Comienza con la educación de la conciencia, el
saber, la observación y el sentimiento que aprehende lo que sucede: el crimen
contra la humanidad. La justificación del trabajo intelectual reside en esta
tarea, y hoy el trabajo intelectual necesita ser justificado.
HERBERT MARCUSE Febrero, 1967
lundi, septembre 15, 2014
samedi, septembre 06, 2014
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